Por Rafael Videla Eissmann.
Señor Director:
El país ha sido invadido con la venia de los “gobernantes” y la complicidad de las Fuerzas Armadas.
Resulta paradójico escuchar constantemente la bufonada de la “democracia” cuando millones de “migrantes” han ocupado el país. Y claro, el pueblo –el populacho– ha sido hipnotizado con el discurso de la nueva religión de los “Derechos Humanos” –artimaña de la sinarquía mundial y sus agentes, los “hermanos”– y de la monserga marxista del “multiculturalismo” y la “inclusión”, que ha arrasado con la auto-determinación y la soberanía de las naciones occidentales.
La patria de los selk’nam, de los araucanos, y dihuitas –entre otros grupos prehispánicos– y de la raza chilena, ha sido convertida en una basural, en una “zona de sacrificio” cultural –en realidad, anti-cultural–. Esto se ejemplifica claramente en el decadente y patético escenario en que se ha convertido la Plaza de Armas de Santiago: Una alcantarilla de delincuentes, narcotraficantes, prostitutas y mercachifles –“diversidad cultural” rebuznarán los idiotas del “todes” y del “nuevo Chile”–.
Y todo esto ha acontecido frente a nosotros sin que haya habido respuesta o reacción alguna. Todos están hipnotizados –“durmiendo”– gracias al “embrujo” de la psicotrónica.
El fin de Chile –de nuestra raza, de nuestra historia y cultura– es sólo un asunto de tiempo.
El futuro de Chile no será de los descendientes de los forjadores de nuestra nación sino de los subsaharianos.