Por Ruth Espinosa, Decana de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales UNAB.
A través de un reciente informe de la OCDE que fue ampliamente comentado en los medios de prensa chilenos, nos enteramos de que en nuestro país el 35% de la desigualdad relativa de oportunidades se explica por factores que no dependen de la voluntad de los individuos, como el género, nivel socioeconómico y, sorprendentemente, el lugar en que crecieron sus padres. Sí, las oportunidades de miles de niños en nuestro país dependen del puro azar. No es mucho pedir, entonces, que una de las principales preocupaciones del Estado sea fortalecer precisamente aquel único factor que tiene el potencial de hacer la diferencia a la hora de corregir la desigualdad generada por factores arbitrarios que actúan como barreras para la movilidad social: la educación.
La educación en general, y especialmente en los primeros años de la vida de un ser humano, es de fundamental importancia para equilibrar el peso del azar en la vida de las personas, pero también para propiciar el florecimiento de nuestro país, que requiere de todos los talentos. Tan importante es la educación, que incluso se ha reconocido en diversos estudios, como un factor preventivo del ingreso de los jóvenes al crimen organizado.
Es por ello que las señales políticas erráticas, la falta de una visión de Estado respecto de la educación en los últimos años (también ausente de los programas presidenciales de los candidatos que lideran las votaciones), la inacción ante la destrucción de los liceos emblemáticos, la indiferencia ante la creciente deserción de la profesión docente, la imposición de condiciones de ingreso a las pedagogías que ninguna otra carrera comparte, el aumento excesivo de la carga administrativa de las escuelas y (el golpe de gracia) el recorte de la partida de educación del presupuesto 2026, solo contribuyen a minar la necesaria confianza pública respecto de que la educación es una vía real hacia el progreso individual y colectivo. Como es de esperar, todo esto contribuye a sembrar un justificado malestar en quienes tuvieron la mala suerte de nacer en el momento y el lugar equivocados
