Por Mailyn Calderón, directora del Magíster en Gestión de Tecnologías de la Información y Telecomunicaciones de la U. Andrés Bello (UNAB).
Chile es uno de los países más avanzados de América Latina en materia de telecomunicaciones. Lideramos en velocidad de internet, despliegue de fibra óptica, adopción de redes 5G y acceso digital en todos los estratos sociales. Según Speedtest, en 2025 Chile logró la segunda velocidad de internet fija más alta del mundo, con un promedio de 347 Mbps, solo detrás de Singapur. La fibra óptica representa más del 70% de las conexiones fijas y llegamos a más de 340 comunas del país con cobertura. La penetración móvil supera el 130% y casi el 95% de los hogares chilenos tiene acceso a internet, incluyendo el 94% de los más vulnerables, según la CEPAL.
En resumen: Chile es un líder digital. Por eso resulta tan contradictorio que Telefónica, una de las empresas históricas en el desarrollo de esta infraestructura, anuncie su retiro del país.
Telefónica Chile (Movistar) es actualmente el principal operador de internet fijo por fibra óptica, con más del 39% del mercado. Atiende a más de 10 millones de clientes entre servicios móviles, hogar y TV. Sin embargo, en 2024 reportó pérdidas por US$446 millones, una caída de ingresos móviles del 7,4% y una disminución constante en su participación de mercado. Todo esto, en un entorno de alta competencia, guerra de precios y altos costos de inversión en redes 5G y fibra.
A esto se suma que la casa matriz en España ya decidió abandonar Hispanoamérica como parte de su plan estratégico, concentrando sus operaciones en Europa y Brasil. Es decir, aunque Chile sea un mercado avanzado y estable, para Telefónica hoy ya no es rentable ni estratégico.
¿Qué significa esto para las personas comunes? En el corto plazo, probablemente muy poco, los servicios seguirán funcionando y los contratos serán asumidos por quien compre la operación. Ya se ha hablado de posibles ofertas conjuntas entre Entel y Claro. Pero a mediano plazo, puede implicar una mayor concentración de mercado, menos presión competitiva y una reorganización de servicios y marcas.
Hay una paradoja evidente. Chile lidera en conectividad digital, pero eso no ha sido suficiente para retener a una empresa que fue clave en construir ese liderazgo. Esto demuestra que no basta con tener infraestructura de primer nivel si el entorno regulatorio, económico y político no da certezas para sostener la inversión en el tiempo.
Tenemos talento técnico, redes avanzadas y oportunidades estratégicas como el cable Humboldt, que puede posicionarnos como un nodo clave entre América Latina y Asia. Pero esas ventajas no parecen importantes si el país no ofrece condiciones claras, estables y consistentes para que quienes invierten puedan proyectarse a largo plazo.
La salida de Telefónica no es solo una decisión de negocios. Es también una consecuencia del marco que hemos construido (o dejado de construir) para hacer viable el desarrollo digital. Cuando una empresa con millones de clientes y décadas de trayectoria opta por irse, hay que preguntarse si las señales que el Estado está dando son las correctas. A veces no es la infraestructura la que falla, sino la conducción. Chile seguirá conectado, sí. Pero si queremos que esa conexión se proyecte al futuro, no basta con liderar en rankings, debemos asumir que el rumbo del país también se define con nuestras decisiones políticas.
Lo que viene no es solo una elección más: es una oportunidad para decidir si queremos un modelo que valore el crecimiento, la inversión y la estabilidad.
