Por Miguel Sanhueza Olave, Académico Departamento de Electricidad, Facultad de Ingeniería UTEM.
Recientemente, el Parlamento Europeo aprobó un proyecto para regular el uso de la Inteligencia Artificial (IA) en dicha zona geográfica, una negociación no exenta de polémicas. Cabe hacer notar que esta discusión, iniciada el año 2021, se agilizó debido al vertiginoso avance de aplicaciones como Chat GPT, entre otras.
El profundo impacto que puede llegar a tener la IA en la humanidad es unas de las causales que incentivaron esta acción regulatoria, que -según sus propios autores- se hace para crear confianzas de manera que se desarrolle positivamente, no afectando -por ejemplo- las atribuciones esenciales de las personas.
Así, se obliga a que las empresas desarrolladoras de esta tecnología velen por salvaguardar derechos fundamentales de los individuos, la seguridad y el medio ambiente, además de incorporar en los sistemas de IA capaces de generar conductas humanas, la obligación de informar al usuario que está interactuando con una máquina.
La exigencia de esta normativa, entre otras aristas, se sustenta en la creencia de que las empresas desarrolladoras, aun cuando planteen la autorregulación, no van a preocuparse lo suficiente por proteger a los ciudadanos. Ejemplos de ello pueden encontrarse en propuestas de vigilancia biométrica o predictiva, reconocimiento de emociones, difusión de imágenes o videos falsos en redes sociales, los que generan riesgos de manipulación de la opinión pública.
No estando en contra de esta regulación, de todas formas surge la pregunta si se está aplicando realmente a tiempo. Las voces eran concluyentes años atrás, pero dejaron el desarrollo al libre albedrío y hoy, sin dudar, estamos atrasados en esta tarea.
Con todo lo anterior, debemos hacernos responsables de un cambio radical en la forma de vivir que se nos viene, y en la cual la incertidumbre es una de las palabras más usadas, temiendo muchas veces que los derechos del ser humano pasen a un segundo plano en pos del avance tecnológico que nos inunda y del cual, a diferencia de los “apocalípticos”, deberemos aprovechar en beneficio de las nuevas generaciones.